No actuaba con la tradicional responsabilidad del padre de familia, al contrario, creía que los desafíos que lo forjaron, los retos que tuvo que vencer, tenían que afrontarlos sus descendientes para formarse con responsabilidad.
Primero yo y después los demás, esa forma lo llevó a plasmar, quizás sin proponérselo, una familia emprendedora, trabajadora, consciente de que si necesita una camisa, tiene que comprarla, que nada les caerá del cielo.
Es el caso del abuelo Maímo, el último de los varones de Octavio Cabrera y Adelina Serrata, que murió el domingo 14 de marzo a los 98 años en Santiago Rodríguez.
La sociedad reconoce los hombres que cumplen con su familia, pero parece ignorar los atípicos, los que viven de una manera singular, con creencias y actitudes nacidas de sus necesidades, que adoptan reglas basadas en sus experiencias.
Nacer vivo a principio del siglo veinte, en medio de convulsiones sociales propias de un país en gestación, fue su primer logro, creció trabajado y gracias a su viveza y picardía innata, pudo salir airoso de muchas situaciones difíciles.
Enamorado y conquistador hasta la muerte, creía que lo principal era lo suyo, que el hombre vale por lo que tiene, no dependió jamás de nadie, pero tampoco nadie dependió de él.
Al verlo partir tranquilo y solo, como le gustaba, me sentí orgulloso, me alegré que muriera como quería, sin molestar mucho, sin ser carga para nadie. Nos enseñó que cada cual debe vivir su vida, que sacrificarse por los demás en desmedro de lo propio, era ser pendejo. No se si eso es cierto, pero sus 98 años parecen demostrar que sí, o por lo menos que dudemos.
¡Adiós Maímo, viviste como quisiste, carajo, siempre te recordaremos!
Primero yo y después los demás, esa forma lo llevó a plasmar, quizás sin proponérselo, una familia emprendedora, trabajadora, consciente de que si necesita una camisa, tiene que comprarla, que nada les caerá del cielo.
Es el caso del abuelo Maímo, el último de los varones de Octavio Cabrera y Adelina Serrata, que murió el domingo 14 de marzo a los 98 años en Santiago Rodríguez.
La sociedad reconoce los hombres que cumplen con su familia, pero parece ignorar los atípicos, los que viven de una manera singular, con creencias y actitudes nacidas de sus necesidades, que adoptan reglas basadas en sus experiencias.
Nacer vivo a principio del siglo veinte, en medio de convulsiones sociales propias de un país en gestación, fue su primer logro, creció trabajado y gracias a su viveza y picardía innata, pudo salir airoso de muchas situaciones difíciles.
Enamorado y conquistador hasta la muerte, creía que lo principal era lo suyo, que el hombre vale por lo que tiene, no dependió jamás de nadie, pero tampoco nadie dependió de él.
Al verlo partir tranquilo y solo, como le gustaba, me sentí orgulloso, me alegré que muriera como quería, sin molestar mucho, sin ser carga para nadie. Nos enseñó que cada cual debe vivir su vida, que sacrificarse por los demás en desmedro de lo propio, era ser pendejo. No se si eso es cierto, pero sus 98 años parecen demostrar que sí, o por lo menos que dudemos.
¡Adiós Maímo, viviste como quisiste, carajo, siempre te recordaremos!
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