
La sociedad dominicana esta perdiendo la capacidad de asombro, los casos de muertes por encargos, por sicarios, deberían estremecer la conciencia ciudadana. Nos hemos acostumbrados a estos crímenes sin que ningún sector importante del país se pronuncie ni se alarme ante estas brutalidades que nos acercan bastante a los tiempos de las cavernas, en la parte de la crueldad, porque aquellos, aun salvajes, respetaban el bien mas preciado que la naturaleza nos ha dotado, la vida.
¿Quieren estos asesinos o los que los mandan ser como son? ¿Se propusieron llegar a los extremos que han llegado?, son dos preguntas, entre muchas otras, que tenemos que hacernos si queremos corregir los males que nos están aquejando.
Todos, sin excepción, tenemos algo de culpa, desde inculcar valores errados a nuestras familias hasta celebrarles riquezas mal habidas y endiosar a los que aparecen de la noche la mañana con fortunas que no pueden justificar y, en vez de rechazarlos, los colocamos en un pedestal que terminan creyéndose que en verdad son importantes, dueños y señores.
Pero lo que ciertamente fomenta esos cacicazgos irracionales es la componenda burda de algunos políticos, empresarios y agencias del gobierno llamadas a enfrentar esos flagelos, que permiten la penetración de estos jóvenes a los círculos de poder, donde conviven, socializan e influyen por las dádivas y las parrandas que patrocinan, creando monstruos en las entrañas mismas de la sociedad, y luego, al tener que enfrentarlos, no saben cómo, ni pueden, por estar implicados hasta el tuétano con estos, que al sentirse desamparados, reaccionan violentamente cuando son cuestionados por los que ha sido sus serviles y subalternos, que después de disfrutar sus riquezas y favores pretenden despojarlos de su impunidad y sus privilegios.
De ninguna manera queremos justificar estas acciones, pero debemos entender que estos personajes son el fruto de una sociedad que viene fallando desde hace tiempo, que la única vía de detener estos azotes es educando a nuestros hijos para que respeten a sus semejantes, resaltando los valores familiares, enseñándoles que la mayor satisfacción de un ser humano es sentirse orgulloso por haber llevado una vida digna, prospera y decente.
¿Quieren estos asesinos o los que los mandan ser como son? ¿Se propusieron llegar a los extremos que han llegado?, son dos preguntas, entre muchas otras, que tenemos que hacernos si queremos corregir los males que nos están aquejando.
Todos, sin excepción, tenemos algo de culpa, desde inculcar valores errados a nuestras familias hasta celebrarles riquezas mal habidas y endiosar a los que aparecen de la noche la mañana con fortunas que no pueden justificar y, en vez de rechazarlos, los colocamos en un pedestal que terminan creyéndose que en verdad son importantes, dueños y señores.
Pero lo que ciertamente fomenta esos cacicazgos irracionales es la componenda burda de algunos políticos, empresarios y agencias del gobierno llamadas a enfrentar esos flagelos, que permiten la penetración de estos jóvenes a los círculos de poder, donde conviven, socializan e influyen por las dádivas y las parrandas que patrocinan, creando monstruos en las entrañas mismas de la sociedad, y luego, al tener que enfrentarlos, no saben cómo, ni pueden, por estar implicados hasta el tuétano con estos, que al sentirse desamparados, reaccionan violentamente cuando son cuestionados por los que ha sido sus serviles y subalternos, que después de disfrutar sus riquezas y favores pretenden despojarlos de su impunidad y sus privilegios.
De ninguna manera queremos justificar estas acciones, pero debemos entender que estos personajes son el fruto de una sociedad que viene fallando desde hace tiempo, que la única vía de detener estos azotes es educando a nuestros hijos para que respeten a sus semejantes, resaltando los valores familiares, enseñándoles que la mayor satisfacción de un ser humano es sentirse orgulloso por haber llevado una vida digna, prospera y decente.

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