¿Tiene un ser humano la potestad de disponer de su vida
cuando lo decida? ¿Podemos juzgar imparcialmente una decisión de alguien sin
conocer las razones que pudieron llevarlo a esa determinación sin pecar de egoístas? Son dos de las preguntas que debemos hacernos cuando alguien cercano decide terminar su estadía en ésta tierra.
La perplejidad que nos arropa cuando recibimos la noticia de
que alguien amado y admirado, ejemplo y orgullo, padre y hermano, consejero y
guía decide abandonarnos, no nos permite, aunque lo pretendamos, entender las
razones que pudieron llevarlo a una decisión tan drástica.
Porque no estamos preparados para algo de esa magnitud, porque deja un vacío que no será llenado jamás, porque dudamos si fuimos o no culpables, porque no pudimos evitarlo, en fin, porque no podemos comprender que aquel que con tanto tino nos
aconsejaba no pudiese, en un momento quizás difícil, reponerse y enfrentarlo. ¿O a lo mejor, esos mismos principios que con
tanto énfasis nos inculcaba fueron cumplidos con esa acción?.
De lo que si estamos seguros es de que fue un ser ejemplar, que su paso por la vida fue altamente positivo, de la certeza de sus consejo y los piques que nos hizo pasar
cuando no lo comprendíamos, de su sencillez, humildad y hasta ternura, de su responsabilidad como hermano mayor de dos familias, caso que se da pocas
veces, que hizo hermanos a muchos primos que hoy podemos alardear entre lágrimas, penas
y orgullo, que tuvimos un gran pilar llamado Rubén Cabrera Mena, ido a su tiempo. ¡Buen viaje, mi hermano!.
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