Muchos de los dominicanos que nos toco asistir a misas con nuestros padres cuando todavía se le llamaba “Misa Tridentina”, en referencia al hecho de que fue codificada por San Pío V poco después del Concilio de Trento (1945-1963), de donde proviene el término “Tridentino.”, ofrecidas en Latín, no lográbamos entender casi nada por nuestra edad y por desconocer esa antigua lengua.
Cuando los años y la lectura nos permitieron conocer a Jesús, en medio de la violencia que vivía el mundo al final de los años sesentas y principios de los setentas, nos formamos una idea clara de aquel hombre de carne y hueso que lucho contra los opresores de su pueblo, contra los abusos y desmanes de los que gobernaban aquella región que le toco vivir al Nazareno, no podíamos evitar, a pesar del tiempo transcurrido desde aquellas epopeyas, entender que estábamos, y continuamos todavía hoy, padeciendo las mismas iniquidades que enfrentó el hijo de María y José.
Al escudriñar desde la distancia la historia de aquel hombre, al tratar de imaginar las vicisitudes que pasaron aquellos apóstoles junto a Jesús y su pueblo, los desafíos que enfrentaron tan solo armados de sus ideales, el coraje demostrado por el Nazareno frente a aquellos verdugos, la convicción de que con su muerte comenzaba una nueva vida para el mundo, y que ese mundo estaba llamado a no cesar jamás en la búsqueda de su libertad, me pregunto como hubiese deseado Jesús que se le recordara, divinamente, como algo inalcanzable o que siguiésemos su ejemplo y enfrentáramos a los bárbaros que todavía impiden el bienestar común como lo hizo Él.
Estamos en Semana Santa, debemos recordarlo con respeto, respetando las creencias de los demás, no importa el camino que se escoja, seguirlo como el redentor o como revolucionario, ambos senderos conducen a un nombre, Jesús.
Cuando los años y la lectura nos permitieron conocer a Jesús, en medio de la violencia que vivía el mundo al final de los años sesentas y principios de los setentas, nos formamos una idea clara de aquel hombre de carne y hueso que lucho contra los opresores de su pueblo, contra los abusos y desmanes de los que gobernaban aquella región que le toco vivir al Nazareno, no podíamos evitar, a pesar del tiempo transcurrido desde aquellas epopeyas, entender que estábamos, y continuamos todavía hoy, padeciendo las mismas iniquidades que enfrentó el hijo de María y José.
Al escudriñar desde la distancia la historia de aquel hombre, al tratar de imaginar las vicisitudes que pasaron aquellos apóstoles junto a Jesús y su pueblo, los desafíos que enfrentaron tan solo armados de sus ideales, el coraje demostrado por el Nazareno frente a aquellos verdugos, la convicción de que con su muerte comenzaba una nueva vida para el mundo, y que ese mundo estaba llamado a no cesar jamás en la búsqueda de su libertad, me pregunto como hubiese deseado Jesús que se le recordara, divinamente, como algo inalcanzable o que siguiésemos su ejemplo y enfrentáramos a los bárbaros que todavía impiden el bienestar común como lo hizo Él.
Estamos en Semana Santa, debemos recordarlo con respeto, respetando las creencias de los demás, no importa el camino que se escoja, seguirlo como el redentor o como revolucionario, ambos senderos conducen a un nombre, Jesús.
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