Nuestro sistema político nos da el derecho a elegir y ser elegidos. Le permite aspirar a cualquier ciudadano que tenga la edad exigida y goce de derechos plenos constitucionalmente, sin importar el color, raza, sexo, ni la posición social.
Esto nos ha permitido tener en cargos electivos a ciudadanos de todos los estratos sociales, que se han dedicados a trabajar y a defender sus conciudadanos y terminan escogidos como sus representantes en posiciones de primer orden, gracias a que nuestra Carta Magna consagra ese derecho.
El ejercicio desproporcionado de éste derecho nos ha permitido también conocer, poner en evidencia, a ciertos personajes que más bien parecen salidos de las tiras cómicas. Cada elecciones nos traen aspirantes, principalmente a
Dicen que toda cosa buena, tiene algo malo, y parece ser así. Pero no nos merecemos el feo espectáculo que nos presentan estos aspirantes que no le ganan ni a su mujer en sus hogares y usted los ve orondos como si fueran personalidades, hablando con poses y gestos bien practicados, argumentando y dando opiniones de lo que harían. Llegan al colmo que prometen actuar con transparencia y respeto, y si fueran transparentes, lo primero que tendrían que hacer es retirarse, porque todos juntos no tienen 5%, y una persona que, consciente de esa situación, continúa “fastidiando” en el medio, de ninguna manera puede hablar de respeto, porque no se respeta a si mismo.
Por suerte el pueblo terminará bajándolos del altar donde los tenía y los colocará en el rincón de los desperdicios junto a los que históricamente han hecho el ridículo, a los que han pululados como cómicos en la política vernácula, al sentirse burlado y engañado por estos precantidatos que, con honrosas excepciones, solo buscan posicionarse para pedir favores posteriores, por lo que en vez de llamarlos Aspira-antes, se les debería llamar Aspira-después.
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