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Santo Domingo, Distrito Nacional, Dominican Republic

martes, 5 de marzo de 2013

Algunas anécdotas de Anthony de Mello



Los discípulos se hallaban sentados a la orilla de un río.
«Si me cayera al agua, ¿me ahogaría?», preguntó uno de ellos.
 «No», le respondió el Maestro. «No es el caerte al agua lo que hace que te ahogues, sino el quedarte dentro».

« ¡Qué alegre parece el Maestro!», observó un visitante.
«Uno siempre camina con paso alegre cuando se ha librado de esa carga que llamamos 'ego'», dijo un discípulo.

El Maestro había colocado en la biblioteca del monasterio un gran letrero con una
calavera y dos huesos cruzados y la siguiente leyenda:
 Los libros matan. Cuando alguien le preguntó el porqué, el Maestro dijo: «Porque los libros engendran ideas, y éstas pueden degenerar en creencias, originando una esclerotización de la mente y una percepción deformada de la realidad»

«¿Cómo se aprende a confiaren la Providencia
 «Confiar en la Providencia»,dijo el Maestro, «es como entrar en un restaurante de lujo sin llevar un céntimo en el bolsillo y encargar docenas de ostras con la esperanza de hallar una perla con la que pagar la cuenta».

Una madre le preguntó al Maestro cuándo debería iniciar la educación de su hija.
«¿ Cuántos años tiene la niña?», le preguntó el Maestro a su vez.«Cinco».
«¡Cinco! ¡Ve a tu casa corriendo: vas con cinco años de retraso!».

Cuando llegó a oídos del Maestro la noticia de que un bosque cercano había sido
devastado por el fuego, movilizó inmediatamente a sus discípulos:
«Debemos replantar los cedros», les dijo. «¿Los cedros?», exclamó incrédulo un discípulo.
 «¡Pero si tardan dos mil años en crecer...!» «Entonces tenemos que comenzar de inmediato», dijo el Maestro. «¡No hay ni un minuto que perder!».

«Cítame un solo efecto práctico, realista, de la espiritualidad», le dijo al Maestro un
escéptico con ganas de discutir.
«Aquí lo tienes», dijo el Maestro: «cuando alguien te ofende, puedes elevar tu espíritu a lo alto, donde no puede llegar la ofensa».

«Soy un hombre muy rico, pero muy desdichado. . . ¿Puedes decirme por qué?».
«Porque empleas demasiado tiempo en hacer dinero, y demasiado poco en practicar
el amor», le respondió el Maestro


«¿Qué es una persona feliz?», preguntó el discípulo.
«La que no tiene recursos ni esperanzas. . . ni desea tenerlos», respondió el Maestro.

A unos padres preocupados por la educación de sus hijos, les citó el Maestro un dicho
rabínico:
«No reduzcas a tus hijos a lo que tú hayas aprendido, porque ellos han nacido en otra época».

El Maestro se había propuesto destruir sistemáticamente toda doctrina, toda creencia y
toda noción de la divinidad, porque estas cosas, originariamente pensadas para servir de
puntos de referencia, se estaban tomando como auténticas descripciones.
Y le gustaba citar el dicho oriental:
«Cuando el sabio señala con el dedo a la luna, lo único que ve el idiota es el dedo».

Preguntó el predicador santurrón:
«¿Cuál es, a tu juicio, el mayor pecado del mundo?».
«El de quien ve a los demás seres humanos como pecadores», respondió el Maestro

De su libro Un minuto para lo absurdo.

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