Los tres ermitaños
Leon Tolstoi
El arzobispo de Arkangelsk navegaba hacia el monasterio de Solovki. En el buque iban varios peregrinos y vio a un mujik que hablaba, "no se violenten, hermanos míos -dijo , he venido para oír también lo que contaba el mujik, .-Pues bien: éste nos contaba la historia de los tres ermitaños -dijo un comerciante del grupo. -¡Ah!... ¿Qué es lo que cuenta? -preguntó el arzobispo.-Que son hombres de Dios -respondió el campesino-. -¿Y cómo son? -preguntó el arzobispo.
-Uno de ellos es pequeño, encorvado y viejísimo. Viste una sotana raída y parece tener más de cien años. El segundo, un poco más alto, lleva un capote desgarrado, y su larga barba gris tiene reflejos amarillos. El tercero es muy alto: su barba, de la blancura del cisne, le llega hasta las rodillas; es hombre melancólico.
-¿Y qué te dijeron? -interrogó el prelado.-¡Oh! Hablaban muy poco, aun entre ellos.
-¿Es cierto que están los ermitaños dedicados a trabajar por su salvación eterna?
-Así se dice, pero ignoro si es verdad. Los pescadores aseguran haberlos visto.
-Yo querría desembarcar en ese islote para ver a los ermitaños -dijo el prelado al capitán, quien trató de disuadirlo de su propósito.-Pues a pesar de todo deseo verlos; pagaré lo que sea.Se hicieron los preparativos necesarios y se singló hacia la isla.
-Aquí tiene que detenerse el buque. Vuestra Grandeza debe bajar a la canoa y anclaremos para esperarlo.
Una vez abajo, sentose el arzobispo sobre un banco y los marineros, a golpes de remo, se dirigieron al islote. Pronto llegaron. Se veía perfectamente a los tres ermitaños, y les habló de este modo: -He sabido que aquí trabajan por la eterna salvación, ermitaños de Dios, he querido visitarlos para traerles la palabra divina. Los ermitaños permanecieron silenciosos, se miraron y sonrieron.
-Díganme cómo sirven a Dios -continuó el arzobispo. .El ermitaño que estaba en medio suspiró y lanzó una mirada al viejecito. El gran ermitaño hizo un gesto de desagrado y también miró al viejecillo. Este sonrió y dijo: -Servidor de Dios, nosotros no podemos servir a nadie sino a nosotros mismos, ganando nuestro sustento. -Entonces ¿cómo rezan? -preguntó el prelado. -He aquí nuestra plegaria: "Tú eres tres, nosotros somos tres..., concédenos tu gracia". En cuanto el viejecito hubo pronunciado estas palabras, los tres ermitaños elevaron su mirada al cielo y repitieron:-Tú eres tres, nosotros somos tres..., concédenos tu gracia. Sonrió el arzobispo y dijo:
-Sin duda han oído hablar de la Santísima Trinidad, pero no es así como hay que rezar: escúchenme, porque voy a enseñarles. Lo que van a oír está en la Sagrada Escritura de Dios. Y les explicó el Dios Padre, el Dios Hijo y el Dios Espíritu Santo. Luego añadió: -El Hijo de Dios bajó a la tierra para salvar al género humano, y he aquí cómo nos enseñó a todos a rezar: escuchen y repitan conmigo.
-Padre Nuestro...Y uno de los ermitaños repitió: Padre Nuestro...Y el segundo ermitaño repitió también:-Padre Nuestro...Y el tercer ermitaño dijo asimismo:-Padre Nuestro...-Que estás en los Cielos...Y los ermitaños repitieron:-Que estás en los Cielos... Pero el ermitaño que se hallaba entre sus hermanos se equivocó y decía una palabra por otra; el gran ermitaño no pudo continuar porque los bigotes le tapaban la boca, y el viejecito, como no tenía dientes, pronunciaba muy mal.
Volvió a empezar el arzobispo la plegaria y los ermitaños a repetirla. Durante todo el día, hasta la noche el prelado batalló con ellos diez, veinte, cien veces, repitiendo la misma palabra y con él los ermitaños. Se embrollaban, él los corregía y volvían a empezar. El arzobispo no dejó a los ermitaños hasta que les hubo enseñado la plegaria divina. La repitieron con él, y luego solos. Ya comenzaba a oscurecer y el arzobispo se levantó para volverse al buque. Se despidió de los ermitaños que recitaban en voz alta la plegaria de Dios.
El arzobispo llegó al barco y el buque se puso en movimiento continuando el interrumpido viaje, cuando de pronto vio blanquear algo. -¡Mira! ¿Qué es eso? -¡Señor!, los ermitaños nos persiguen sobre el mar y corren sobre las olas como sobre el suelo. Al oír estos gritos levantáronse los pasajeros y se precipitaron hacia la borda, viendo todos correr a los ermitaños. Aún no se había tenido tiempo de parar cuando alcanzaron el buque, llegaron junto a él y levantando los ojos dijeron:
-Servidor de Dios, ya no sabemos lo que nos has hecho aprender. Mientras lo hemos repetido nos acordábamos, pero una hora después de haber cesado de repetirlo se nos ha olvidado una palabra y ya no podemos decir la oración. Enséñanos de nuevo.El arzobispo hizo la señal de la cruz, se inclinó hacia los ermitaños y dijo:
-¡La plegaria de ustedes llegará de todos modos hasta el Señor, santos ermitaños! No soy yo quien debe enseñarles. ¡Rueguen por nosotros, pobres pecadores! Y el arzobispo les saludó con veneración. Los ermitaños permanecieron un momento inmóviles, luego se volvieron y se alejaron rápidamente sobre el mar.
Y hasta el alba se vio una gran luz del lado por donde habían desaparecido.
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