
La televisión incide en el estado anímico y hasta transmuta al televidente, es como entrar y convertirse en actor inconscientemente de la trama, pero con más pasión que los mismos actores, porque estos están preparados y conscientes de su papel, pero el televidente entra al drama furtivamente.
Cuando los medios informativos comenzaron a cubrir la muerte de Michael Jackson, hablaron de sus inicios a la edad de 9 años con los Jackson five, grupo musical que junto a sus 4 hermanos fundó la casa disquera Tamla-Motown en Gary Indiana en el 1968 y que perduró hasta mediados del 1975, idea del padre de Jackson y plataforma para el lanzamiento de esta leyenda que la actriz Elizabeth Taylor, una de sus mejores amigas, bautizó como EL Rey Del Pop.
Sus éxitos son indiscutibles, sus aportes a la música pop incuestionables, recordaron la maravillosa campaña que realizó Jackson junto a otros artistas a favor de los niños del África, aquel inolvidable We are the World, uno de los mejores cantos a la esperanza, una voz de alerta, un llamado a la humanidad para que mirara al África.
Mientras CNN en español informaba continuamente sobre la muerte de Michael Jackson, sintonicé las cadenas NBC, ABC y CBS, todas transmitían lo mismo, podría decirse que en algún momento del día los canales internacionales y algunos locales estaban en cadena cubriendo la despedida de este personaje.
Pude ver personas llorando, cantando, todas apesadumbradas, entristecidas, aglomeradas frente al Hospital de Los Ángeles donde murió y al teatro Apollo de New York donde su carrera inició. En fin, toda una parafernalia que terminó cautivándome. Se apoderó de mí la angustia, la tristeza y el dolor, creía que había perdido a alguien próximo, que el mundo giraba en torno a El Rey del Pop.
Su influencia quedaba demostrada con la reacción de sus fans, el fanatismo era tal que uno de su seguidores dijo: “no se asombren si el planeta se detiene mañana por la muerte de Michael”, y yo allí frente al televisor recibiendo esa descarga mediática, sufriendo, alguna que otra lagrima, inducido por esa invasión de dolor que envolvía el ambiente mundial, suerte que recapacité a tiempo, sino hubiese terminado de rodillas orando por la muerte de Michael Jackson.
¡Pero qué carajo me pasa!, me cuestioné, ¿es que me estoy volviendo loco?, me colmo la impavidez y fue entonces cuando comprendí el por qué tanta angustia y tanta tristeza, el por qué esas lagrimas parecían sonar al resistirse a deslizarse por las mejillas.
Entendí que el subconsciente me había traicionado favorablemente, y mientras estaba deslumbrado con la televisión, mantenía presente las imagines de los niños abusados sexualmente, de los padres entregando sus hijos a pedófilos y a pederastas por dinero, imágenes de los desdichados adictos las drogas, de aquellos que no sienten orgullo de sus raíces, de falsos iconos que impiden que esta sociedad encuentre un camino adornado de valores, imágenes de jueces complacientes que no condenan las aberraciones de ciertos personajes, imágenes de periodistas que ponderan la fama, sin importarles que esta surja mancillando los más hermosos principios de convivencia, de buena costumbre, de respeto y de moralidad.
Mantener silencio ante distorsiones sociales como esta es una irresponsabilidad, estamos trillando un camino peligroso, que nos puede llevar a confundir nuestros orígenes y, hasta quien sabe, a dejar de reconocer a los grandes hombres que verdaderamente han dado su vida por la humanidad.
Lo que hace a un hombre merecedor de la eternidad, no es que en una parte de su vida sea buena o mala, que nos agrade o no, sino que su vida completa, como un todo, sea digna y ejemplar.
Lo que hace a un hombre merecedor de la eternidad, no es que en una parte de su vida sea buena o mala, que nos agrade o no, sino que su vida completa, como un todo, sea digna y ejemplar.

 
No hay comentarios.:
Publicar un comentario