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Santo Domingo, Distrito Nacional, Dominican Republic

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Traumático, pero Amet, perdon amén


Cada año que vivo estoy más convencido de que el despertar de la vida reside en el amor que no hemos dado, los poderes que no hemos usado, la prudencia egoísta que no quiere arriesgar nada y que, al eludir el dolor, se perdió también la felicidad, hasta ahora nadie ha sido más pobre a la larga después de que, una vez en la vida, “soltara todas las riendas”. Robin S. Sharma


En la mañana de un día cualquiera, arribé a la sede central de la Autoridad Metropolitana de Transporte (Amet), sentada, frente a un escritorio pequeño estaba una secretaria vestida de policía, le mostré el papel de la multa que me habían puesto hacía unos 26 días, y pregunté que hacer, me indicó que tomara un turno, me dirigiera a la caseta central para comprobar la multa y, luego, volviera donde ella.

Así lo hice, me dijo que esperara que me llamarían, ahí comenzó el suplicio, tenia el numero 51 e iban por el 11, comencé a observar las razones que nos han clavados al subdesarrollo donde nos encontramos. Primero entendí el ¿por qué? a los entupidos (los que cumplimos los procesos), nos mandan a tomar un numero, no tiene ninguna otra función que identificar a los que no están "pegaos", facilitando el trato a los que tienen sus cuñas, sus amistades, allegados, funcionarios y empresarios que por alguna confusión les han puesto una multa, para enmendar la metida de pata de haberles puesto un ticket, y además tener que pasar ese viacrucis diseñado para perder tiempo, para demostrar el grado de dejadez y la paciencia de una sociedad incapaz de levantase para detener los atropellos y las burlas a la que son expuestos los ciudadanos que tiene que pagar una multa.

Unos 45 minutos más tarde llego un señor acompañando una joven, con una funda de regalo que entrego directamente a el encargado del área donde nos encontrábamos los desamparados, esperó, como muchos otros, unos cinco minutos para entrar y salir ante la mirada atónita e indiferente de los allí presentes.

Este hombre sin hablar me enseñó las razones por las cuales, ni a los empresarios ni a los políticos les importa un bledo situaciones como las que les estoy narrando y que se repiten en casi en todas las dependencias del estado, porque su posición les permite obviar las reglas, las filas, y cualquier otro proceso diseñado para respetar el buen orden y para “evitar” lo privilegios.

Las tres horas que pierde una persona humilde en el proceso no tiene mas importancia que la peligrosa naturalidad con que el hombre común acepta estos vejamenes, se puede percibir que están hastiado e impotente, que no tienen salidas, y eso es delicado. Los sectores que tienen algo que perder no entienden que si no soliviantan esta carga, están cavando su propia tumba y la paz de la nación. Las fuerzas que les han permitido disfrutar de su buena suerte alejados del pueblo, tendrán que estar del lado de esas mayorías que silenciosamente observan como se les escapa la posibilidad de salir adelante y de ser respetado como cualquier otro ciudadano.

Cuando se les niegan los derechos inalienables a los pueblos, hay que prepararse porque, tarde o temprano, se levanta para arrebatarlo con sus propias manos. Ojala que estos sectores se encaminen a disminuir la brecha entre ellos y el pueblo llano, para que no tengan que lamentarse en el futuro.

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