
Cincuenta años es toda una vida, cincuenta años luchando constantemente en tierras lejanas, tratando de adaptarse, con lenguas y culturas distintas, climas diferentes y compartiendo la pobreza de los anfitriones, es toda una hazaña.
Una proeza merecedora del mayor de los reconocimientos, y es precisamente eso lo que tratamos de hacer con aquellos japoneses que arribaron hace mas de cincuenta años, y con sus descendientes que son tan dominicanos como el que mas y que, al igual que nosotros cuando emigramos, no han perdidos nunca la identidad y comunicaión con su madre patria.
Pero esto no ha dificultado que lleven una vida normal en nuestra tierra, bendecida con la llegada de estos inmigrantes que han aportando riquezas y costumbres fortaleciendo nuestro linaje y nuestra cultura, permitiéndonos aprender de ellos mientras ellos aprenden de nosotros.
Por razones que no vienen al caso, no pudimos asistir a la puesta en circulación del libro en español conmemorativo de los 50 años de la llegada de los emigrantes japoneses, pero con la amabilidad característica de los japoneses, me lo hicieron llegar y hojeándolo poco a poco, página por página, dejándome seducir por esas fotos, esas historias y esas reflexiones, pudimos entender lo que significó para aquellos japoneses tener que dejar su patria y emprender nuevas vidas en ambientes tan disímiles.
Lo que no nos ha sorprendido son los aportes que han dejado en nuestro pueblo, ni el homenaje póstumo que hicieron a Quilvio Cabrera por su contribución en la consecución de las tierras en La Luisa, después de una espera de 45 años por las tierras prometidas. Tampoco nos sorprendió la mención que se hace del árbol de pino que sembró Cabrera con motivo de la celebración de los 50 años de la llegada de los japoneses, porque plantar un árbol en fechas importantes es toda una tradición de los hermanos japoneses, y es otra de las enseñanzas que tenemos que aprender si queremos mantener un país hermoso y un medio ambiente que les permita a las nuevas generaciones estar orgullosas de sus ascendientes.
Una proeza merecedora del mayor de los reconocimientos, y es precisamente eso lo que tratamos de hacer con aquellos japoneses que arribaron hace mas de cincuenta años, y con sus descendientes que son tan dominicanos como el que mas y que, al igual que nosotros cuando emigramos, no han perdidos nunca la identidad y comunicaión con su madre patria.
Pero esto no ha dificultado que lleven una vida normal en nuestra tierra, bendecida con la llegada de estos inmigrantes que han aportando riquezas y costumbres fortaleciendo nuestro linaje y nuestra cultura, permitiéndonos aprender de ellos mientras ellos aprenden de nosotros.
Por razones que no vienen al caso, no pudimos asistir a la puesta en circulación del libro en español conmemorativo de los 50 años de la llegada de los emigrantes japoneses, pero con la amabilidad característica de los japoneses, me lo hicieron llegar y hojeándolo poco a poco, página por página, dejándome seducir por esas fotos, esas historias y esas reflexiones, pudimos entender lo que significó para aquellos japoneses tener que dejar su patria y emprender nuevas vidas en ambientes tan disímiles.
Lo que no nos ha sorprendido son los aportes que han dejado en nuestro pueblo, ni el homenaje póstumo que hicieron a Quilvio Cabrera por su contribución en la consecución de las tierras en La Luisa, después de una espera de 45 años por las tierras prometidas. Tampoco nos sorprendió la mención que se hace del árbol de pino que sembró Cabrera con motivo de la celebración de los 50 años de la llegada de los japoneses, porque plantar un árbol en fechas importantes es toda una tradición de los hermanos japoneses, y es otra de las enseñanzas que tenemos que aprender si queremos mantener un país hermoso y un medio ambiente que les permita a las nuevas generaciones estar orgullosas de sus ascendientes.

 
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